Los duros cuestionamientos y eventuales castigos a los que está expuesto el ahora “díscolo” senador DC Adolfo Zaldívar luego de votar contra los recursos frescos del Transantiago, genera un peligroso ejemplo de intolerancia política y falta de visión país.
Independiente de una eventual intención del “colorín” de provocar un quiebre de la Concertación, sus razones para votar en contra del proyecto que le lanza un salvavidas al máximo error político-estructural-funcional del oficialismo, pueden ser recogidas con una lógica comprensible: exigir garantías de soluciones definitivas al sistema de transporte de la capital.
Pese a esto, muchos de los senadores de gobierno se abstuvieron de exigir este tipo de garantías y votaron sólo con el interés a corto plazo de dar un poco más de aire a la alicaída administración de Michelle Bachelet. El cuestionamiento es inmediato: ¿Decisión pensada en el bien del fisco del país o más bien en la desesperada de intención de mantenerse en el poder?.
Lamentablemente, y así lo demuestran los hechos y las justificaciones de los votos de los senadores, se sufragó pensando en salvar al grupo y no pensando que en cuatro meses más se estará estudiando una nueva estrategia de inversión para evitar el naufragio definitivo del Transantiago.
Según la actual lógica política, es mejor dar “pan y circo” que fomentar estrategias de desarrollo sustentable y proyectable en el tiempo, que permitirían a Chile poder salir definitivamente de su subdesarrollo estructural y mental.
Es esa lógica la que transmite al resto de las instituciones tanto estatales como privadas: el miedo a cuestionar proyectos y mantenerse en el promedio. En cierta medida, el efecto de la espiral del silencio. No a la crítica, que puede provocar problemas.
No es posible desarrollar una democracia verdadera y sólida si es que al momento de discutir proyectos claves para el país, se piensa en votar en bloques (como una manada de corderos) y no fomentar el diálogo constructivo. En los últimos años, los ciudadanos hemos visto cómo se votan leyes en momentos políticos claves sólo con el afán de obtener ventajas políticas mínimas, pero después estas mismas leyes no se aplican correctamente por los vacíos que presentan y finalmente, deben sufrir cambios drásticos en estructura y espíritu.
La clase política debe mejorar y abrirse a la discusión de idea, dejando atrás la vieja y desgastada práctica de votar según la conveniencia del partido o del gobierno. De esa manera, sólo de esa, la democracia podrá dejar de comportarse como una adolescente y llegar firme a la madurez.
Independiente de una eventual intención del “colorín” de provocar un quiebre de la Concertación, sus razones para votar en contra del proyecto que le lanza un salvavidas al máximo error político-estructural-funcional del oficialismo, pueden ser recogidas con una lógica comprensible: exigir garantías de soluciones definitivas al sistema de transporte de la capital.
Pese a esto, muchos de los senadores de gobierno se abstuvieron de exigir este tipo de garantías y votaron sólo con el interés a corto plazo de dar un poco más de aire a la alicaída administración de Michelle Bachelet. El cuestionamiento es inmediato: ¿Decisión pensada en el bien del fisco del país o más bien en la desesperada de intención de mantenerse en el poder?.
Lamentablemente, y así lo demuestran los hechos y las justificaciones de los votos de los senadores, se sufragó pensando en salvar al grupo y no pensando que en cuatro meses más se estará estudiando una nueva estrategia de inversión para evitar el naufragio definitivo del Transantiago.
Según la actual lógica política, es mejor dar “pan y circo” que fomentar estrategias de desarrollo sustentable y proyectable en el tiempo, que permitirían a Chile poder salir definitivamente de su subdesarrollo estructural y mental.
Es esa lógica la que transmite al resto de las instituciones tanto estatales como privadas: el miedo a cuestionar proyectos y mantenerse en el promedio. En cierta medida, el efecto de la espiral del silencio. No a la crítica, que puede provocar problemas.
No es posible desarrollar una democracia verdadera y sólida si es que al momento de discutir proyectos claves para el país, se piensa en votar en bloques (como una manada de corderos) y no fomentar el diálogo constructivo. En los últimos años, los ciudadanos hemos visto cómo se votan leyes en momentos políticos claves sólo con el afán de obtener ventajas políticas mínimas, pero después estas mismas leyes no se aplican correctamente por los vacíos que presentan y finalmente, deben sufrir cambios drásticos en estructura y espíritu.
La clase política debe mejorar y abrirse a la discusión de idea, dejando atrás la vieja y desgastada práctica de votar según la conveniencia del partido o del gobierno. De esa manera, sólo de esa, la democracia podrá dejar de comportarse como una adolescente y llegar firme a la madurez.
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