Hace pocos días atrás, el Papa Benedicto XVI autorizó el uso del latín en las misas y celebraciones católicas, siempre y cuando los fieles hicieran la solicitud correspondiente al sacerdote a cargo de cada una de las iglesias repartidas en el mundo. La decisión del Santo Padre se conoció a través del documento “Summarum Pontificum” y se llevará a la práctica a partir del próximo 14 de septiembre.
De esta manera, retomó la vieja tradición de la “Misa Tridentina” practicada hasta los años 60, cuando el Concilio Vaticano II derogó la medida con el objetivo de abrir el catolicismo a la gente, frente a la voraz arremetida de otras religiones y de otros pensamientos que no tomaban en cuenta el factor religioso.
Haciendo caso omiso de los consejos que advertían que esta vuelta al latín provocaría un nuevo alejamiento de fieles, Benedicto XVI prefirió dar en el gusto a los sectores más conservadores y tradicionalistas del catolicismo. En resumidas cuentas, dio luz verde a las peticiones de los grupos más radicales del culto y que misteriosamente son los que están más cercanos a los bloques de influencia. Se cumple en parte uno de los temores más grandes que generaba el Papa Ratzinger entre los fieles: su fundamentalismo religioso y su conservadurismo extremo, superando en ello a su antecesor, el fallecido Juan Pablo II.
Muchos advirtieron esta faceta del denominado “Rottweiler del catolicismo” y ahora sus predicciones se van cumpliendo de a poco. También advirtieron que los sectores más duros de los jesuitas, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo crearían argumentos más válidos para reflotar viejas prácticas y leyes para así mantener un control más estrecho de los sectores sociales y obviamente, de los grupos de poder político y económico.
¿Será la estrategia correcta por parte de la Iglesia, el centrarse en las antiguas tradiciones para mantenerse inmune al avance de otras creencias como el budismo y el islamismo, o sólo traerá fracasos en los fieles menos preparados?
Creo que la mirada de los fundamentalistas y la del Papa es errada. Si pretenden endurecer las prácticas religiosas para impedir la fuga de fieles, sólo conseguirán el efecto contrario y también fortalecerán el discurso de otras creencias, que han aprendido a entender que la actual necesidad espiritual del hombre no va por un libro de estilo en cuanto a sus actuaciones correctas o inmorales, sino a una forma de entenderse como parte de un sistema cada vez más centrado en el consumo. Extendiendo más allá la idea, la Iglesia Católica (con sus actuales 1100 millones de fieles en el mundo) perderá fuerza frente a la arremetida de las “religiones de consumo”.
El catolicismo siempre ha tenido la dualidad de predicar su dogma entre los sectores más humildes de la población y expandir su influencia en los grupos de poder, para así operacionalizar su visión de la moral y la ética. Su intento de reflotar la “Misa Tridentina” puede ser una jugada en contra frente a la tarea de atraer nuevos fieles, que cada día optan más por cultivar la fe del consumo que la fe espiritual.
De esta manera, retomó la vieja tradición de la “Misa Tridentina” practicada hasta los años 60, cuando el Concilio Vaticano II derogó la medida con el objetivo de abrir el catolicismo a la gente, frente a la voraz arremetida de otras religiones y de otros pensamientos que no tomaban en cuenta el factor religioso.
Haciendo caso omiso de los consejos que advertían que esta vuelta al latín provocaría un nuevo alejamiento de fieles, Benedicto XVI prefirió dar en el gusto a los sectores más conservadores y tradicionalistas del catolicismo. En resumidas cuentas, dio luz verde a las peticiones de los grupos más radicales del culto y que misteriosamente son los que están más cercanos a los bloques de influencia. Se cumple en parte uno de los temores más grandes que generaba el Papa Ratzinger entre los fieles: su fundamentalismo religioso y su conservadurismo extremo, superando en ello a su antecesor, el fallecido Juan Pablo II.
Muchos advirtieron esta faceta del denominado “Rottweiler del catolicismo” y ahora sus predicciones se van cumpliendo de a poco. También advirtieron que los sectores más duros de los jesuitas, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo crearían argumentos más válidos para reflotar viejas prácticas y leyes para así mantener un control más estrecho de los sectores sociales y obviamente, de los grupos de poder político y económico.
¿Será la estrategia correcta por parte de la Iglesia, el centrarse en las antiguas tradiciones para mantenerse inmune al avance de otras creencias como el budismo y el islamismo, o sólo traerá fracasos en los fieles menos preparados?
Creo que la mirada de los fundamentalistas y la del Papa es errada. Si pretenden endurecer las prácticas religiosas para impedir la fuga de fieles, sólo conseguirán el efecto contrario y también fortalecerán el discurso de otras creencias, que han aprendido a entender que la actual necesidad espiritual del hombre no va por un libro de estilo en cuanto a sus actuaciones correctas o inmorales, sino a una forma de entenderse como parte de un sistema cada vez más centrado en el consumo. Extendiendo más allá la idea, la Iglesia Católica (con sus actuales 1100 millones de fieles en el mundo) perderá fuerza frente a la arremetida de las “religiones de consumo”.
El catolicismo siempre ha tenido la dualidad de predicar su dogma entre los sectores más humildes de la población y expandir su influencia en los grupos de poder, para así operacionalizar su visión de la moral y la ética. Su intento de reflotar la “Misa Tridentina” puede ser una jugada en contra frente a la tarea de atraer nuevos fieles, que cada día optan más por cultivar la fe del consumo que la fe espiritual.
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